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martes, 7 de febrero de 2012

El fútbol según Azcona

Si hay un genero que me gusta dentro del cine, ese ha sido la comedia. Se que las grandes obras maestras de la historia del cine son las que nos hacen sentir o pensar antes que las que nos hacen reír, pero tengo debilidad por el humor. Y más si es negro y tiene mala uva. Pues bien, dos de las personas que más me han hecho reír en mi vida han sido José Luis Berlanga y como no, su compinche Rafael Azcona. De este último era uno de los primeros relatos cortos sobre fútbol que había leído. El otro día lo encontré por la red y aquí lo comparto con todos vosotros. Espero que lo disfrutéis tanto como yo, tiene todo lo bueno de Azcona, una historia llena de momentos absurdos, con una dosis justa de ternura y tristeza y sobre todo mala una, mucha mala uva.


                       “GOL”  DE RAFAEL AZCONA

Debía faltar poco más de un minuto para que el árbitro señalara el final de la prórroga, y el 0-0 en el marcador seguía negándole al equipo del viejo Panocha los puntos que necesitaba para ascender automáticamente a primera división. Fue entonces cuando la pelota, despejada de un patadón por alguno de sus compañeros, y como llovida del cielo- nunca mejor dicho, porque estaba diluviando-, vino a caer en el fango que ocultaba las líneas del campo, justo en las cercanías de la que lo partía por la mitad, un territorio en el que Panocha vivaqueaba desde hacía un par de temporadas con el permiso del entrenador: cada vez que obligado por las lesiones o las tarjetas lo levantaba del banquillo, junto a la orden de quitarse el chándal el míster le concedía tácitamente la autorización para quedarse allá arriba: “Salga, Panocha. No le pido que corra, sólo le ruego que no se me siente”, eso le decía aquel cantamañanas convencido de que no existía ninguna diferencia entre la pizarra y el césped y de que los goles los metía él desde la banda con sus mocasines italianos. Pero Panocha no podía negar- al contrario, lo asumía- que si bajaba a defender su puerta luego no tenía resuello para subir a atacar la contraria, y él era- o había sido- eso que se llama un goleador nato.

Todo lo que tengo que hacer- pensó Panocha, ya con el balón en los pies- es levantarlo del barro, levarlo hasta la portería contraria, esperar la salida del portero, dejarlo tirado con un regate, y cuando esos comemierdas de las gradas empiecen a cantar el gol, hacerles un corte de mangas, o mejor, enseñarles los huevos, y echar la pelota fuera con la patada de Charlot.

Miró hacia atrás para calcular sus posibilidades de éxito: aunque los tacos se les quedaran clavados en el lodo, los jugadores rivales- todavía ante la portería del equipo de Panocha, a la que habían acudido para rematar un saque de esquina- no se iban a quedar mirando cómo él avanzaba hacia la de ellos, custodiada únicamente por el portero, y seguro que se alcanzarlo lo zancadillearían sin ningún miramiento. ¿A quién le iba a importar una tarjeta más o menos en el último partido de la temporada y con la prórroga dando las últimas boqueadas? Luego estaban sus propios compañeros, para quienes Panocha era un prescindible suplente sin ninguna autoridad: seguro que habría algún titular dispuesto a echar el bofe por la boca para llegar a su altura y exigirle que le cediera el honor y gloria- con el consiguiente aumento de la ficha- de marcar aquel gol de oro.

Mal nacidos. Pero a mí no me estropean el pasodoble, por la gloria de mi madre, pobrecita, lo que pudo llorar aquella santa cada vez que yo volvía a casa con los zapatos rotos y las canillas llenas de cardenales.

Y allí venían, dos, tres, cuatro y hasta seis de aquellos mal nacidos, inidentificable bajo la capa de barro que ocultaba sus rostros, sus números y hasta el color de sus camisetas, decididos a estropearle el pasodoble. Pero Panocha llevaba en el campo cinco minutos escasos, el entrenador lo había sacado con vistas a la tanda de penaltis- a balón parado prefería la serenidad del veterano a los nervios de los canteranos- y mientras que él conservaba impolutos el pantalón y la camiseta e intactas sus reservas físicas- que no eran muchas, cierto, pero que deberían bastarle para llevar a cabo su proeza-, a los demás les pesaba en las piernas el cansancio acumulado a lo largo de las dos horas de partido, un encuentro que había salido bronco, pródigo en choques físicos, sin otras vías de solución que el patadón y tente tieso.

Venga, Panochita, pica el pelotón, y vamos a ajustarle las cuentas al fútbol y a la vida, que así se las ponían a fernandoséptimo.

Y lo picó, con la puntera de la bota izquierda, que era la buena, saboreando ya su venganza. Qué estupidez degustarla fría, mejor paladearla ardiendo; se iban a enterar de quién era Panocha directivos, entrenadores, jugadores, periodistas, hinchas, aficionados y miserables en general que lo
habían utilizado, cada uno para sus propios fines, durante la tira de años que llevaba en el club, primero como promesa sin otra compensación que el placer de jugar, luego como figura esclavizada y mal pagada, al final como artrósico ejemplar, de una especie a extinguir, estafado por los presidentes, humillado por los místeres, ninguneado por los compañeros, despreciado por los críticos, ridiculizado por el público, puteado por su propia mujer. Porque la desgraciada, apenas intuyó el comienzo de su ocaso, se largó a Los Ángeles con un alero de baloncesto a poco de conocerlo en la fiesta que siguió a la concesión de unos premios al juego limpio. Al ferplei, como decían los mamones de la Federación.

Y yo, mientras aquel negro lleno de dientes me la bailaba, y cómo bailaba el tío, con lo alto que era, que la cabeza de Paquita le quedaba a la altura del ombligo cuando la abrazaba para bailar agarrados, y yo allí, en el borde de la pista, bajito y escayolado, con el tendón de Aquiles hecho cisco tras una alevosa patada que me sacudieron por detrás.¡Toma ferplei, Panochita!

El punterazo había desplazado el balón una veintena de metros, y ahora le esperaba fondeado en un enorme charco. Parecía recién salido de una lavandería, y sin embargo, al darle la segunda patada, Panocha- que ya acezaba como un bulldog subiendo unas escaleras- lo sintió más pesado que la primera, cosa verdaderamente extraña, pues en la primera, a pesar de estar rebozado en barro y con laguna pella de césped pegado a sus costuras, lo había encontrado más liviano y manejable que nunca, y en cambio ahora, aunque estaba limpio como una patena, tuvo la impresión de que pesaba lo que una sandía de tres o cuatro kilos. Y la imagen de la sandía le hizo sentir una sed de beduino, una
 sed que le obligó a levantar la cabeza y, sin dejar de correr, abrir la boca para beberse a tragos la lluvia.

Como si pesa una arroba. La directiva, los accionistas, la marca patrocinadora, el nuevo entrenador y la madre que los parió se van a quedar con las ganas de echarme, que es lo primero que harían de subir a primera, darme la libertad, como ellos dicen. A buenas horas, mangas verdes, la libertad me la debieron dar diez años atrás, cuando marcaba quince goles por temporada y el Madrid se interesó por mí.

Esta vez el esférico- el esférico, eso también lo decían ellos- había recorrido una docena de metros y Panocha lo alcanzó cuando empezaba a oír, todavía lejanos, los gritos del nueve, aquel turco en quien ahora tenía la afición puestas sus esperanzas y complacencias, y al que reconoció por el acento:

- ¡Pasa pelota, pasa pelota!

Estaba apañado: a menos de veinte metros de la puerta enemiga y con el indefenso portero como único obstáculo, Panocha no le haría cedido el balón ni por un carro de azafrán- que según su abuela era lo que más valía en el mundo- ni al iluso turco ni al mismísimo Maradona en la plenitud de sus facultades. Y superando el terrible ahoguío que amenazaba con asfixiarlo, le dio la tercera patada a la puñetera sandía- su peso debía andar ahora por los diez o doce kilos, y su corazón por los doscientos o trescientos latidos por minuto- y reemprendió la carrera convencido de que iba a reventar de un momento a otro.

Tengo que llegar. Porque cuando llegue a la línea de meta y eche fuera el balón, la moral del equipo se va a quedar hecha una braga, los que lancen los penaltis los fallarán todos, y los tíos de la directiva, que cuando ganamos presumen de cargo fumando Montecristos en la televisión, esta noche tendrán que quedarse en sus casas llorando lágrimas de sangre. Que se jodan: eso les pasa por no haberme traspasado al Madrid.

Sólo Panocha sabía todo lo que soñó a cuenta del Madrid y de Madrid; él ya había jugado en el Bernabéu contra el Castilla sin sentirse intimidado por su graderío: la conquista de la ciudad empezaba por exigir en el contrato un chalé en una buena zona residencial y el último modelo de BMW que era un coche que le gustaba mucho; hasta se compró un plano para marcar con un rotulador el itinerario de Majadahonda a Chamartín, y a todo el que iba a la capital del reino le pedía que le trajera La Guía del Ocio para estar al tanto de las cosas. Pero los mangantes de su club lo engañaron: según ellos, un ojeador italiano se había puesto en contacto con el presidente, Panochita no debía precipitarse, la Liga italiana era la mejor del mundo, cómo se iba a perder la dolce vita por ir a los sanisidros, donde estuvieran los espaguetis que se quitara el cocido madrileño, y en cuanto a las tías- que era lo más importante- ¿iba a comparar las españolas con las italianas?

Y así, cuando aquella entrada criminal me dejó sin meniscos ni ligamentos y me pasé un año en rehabilitación, ni dolce vita, ni sanisidros, ni espaguetis, ni cocido madrileño, ni italianas ni pollas en vinagre.

De la cal que marcaba los límites del área enemiga no quedaban rastros, pero Panocha, tras calcular que el balón 
de había clavado en el barrizal a la altura del ángulo derecho, con una mirada hacia atrás se cercioró de que sus perseguidores no tenían ninguna posibilidad de impedirle llevar a cabo lo que se proponía, y con las manos apoyadas en los muslos y el cuerpo echado hacia adelante dedicó unos segundos a regularizar el resuello; podría haber mandado ya la pelota a la grada de un voleón, pero aquello hubiera sido una chapuza. No, lo bueno era burlar al portero, y ya solo ante los tres palos, cortar en agraz el “¡Goooool!” de la hinchada tirando la bolita fuera en lugar de meterla dentro.

Cabrones. Antes no me dejaban pagar en los bares, y ahora desvían la mirada para no hablarme. Fulanos que entonces me ofrecían a sus hermanas, a sus novias y hasta a sus mujeres, hoy levantan el índice y el meñique para llamarme cornudo a mis espaldas.

Había dejado de llover. La boca le sabía a cuchillo de cocina. Metió la puntera de la bota, siempre la izquierda, bajo la pelota, y la impulsó hacia delante un par de metros para cebar al portero, mientras volvía a oír la voz del turco, que habituado a llamar a todo cristo por su número en su macarrónico italiano, se desgañitaba todavía a la altura de la línea media rival encabezando el tropel de perseguidores:

- ¡Úndichi, úndichi, dami la pelota, puta madre!

Porque, eso sí, las expresiones malsonantes, como decía el presidente del club- un meapilas de mucho cuidado que pretendía hacerles rezar el rosario en las concentraciones- era lo primero que aprendían los extranjeros.

El sombrero le salió perfecto y el portero, en su afán de revolverse, patinó y al perder pie quedó con la cara incrustada en el fango. Panocha, con todo el sosiego que le permitía su disnea, avanzó hacia la puerta contrario acompañado por los rugidos del público, y cuando estuvo a tres metros de la línea de meta se volvió hacia el palco presidencial en particular y hacia la afición en general, extendió el brazo derecho, con la mano izquierda se dio un seco golpe en el bíceps, y empinó el antebrazo contra el cielo; después, con mucha calma, elevó la pelota a l altura de su cadera, y con displicente golpe de tacón la echó fuera justo en el instante en que se le venía encima el montón de gente que había atravesado el campo persiguiéndole:

- ¡Gooooool! 


El grito del público pilló al viejo y feliz Panocha de espaldas a la puerta. Cuando de volvió, perplejo, y vio el jodido esférico entre las mallas, ni siquiera pudo descargar su rabia en una blasfemia, porque sus compañeros le cayeron encima para abrazarlo y besuquearlo.

Qué malo eres, Panochita, se dijo, rompiendo a llorar. Pero mientras caía a al suelo, aplastado por aquella masa de carne sudada y gozosa, en las gradas se alzó un himno:

- ¡Panocha, Panocha, Panocha es cojonudo, como Panocha, no hay ninguno!

Y sin dejar de llorar, el viejo Panocha, Panochita, empezó a derretirse en un delicioso deliquio y eyaculó como hacía siglos que no eyacul
aba.

domingo, 5 de febrero de 2012

Reflexiones desde Argentina: La sombra de Maradona

Hace poco que finalicé un largo viaje por tierras argentinas. Siendo este uno de los países donde sin duda con mayor pasión viven el balompié, es inevitable que surjan reflexiones y anécdotas. La primera de ellas sucedió en Buenos Aires. Una de las cosas que más me llamaron la atención de la capital argentina fue que en sus paredes se podían observar un sin fin de carteles de diversos colectivos dando su apoyo a la actual presidenta Cristina Fernández. Es cierto que se encuentra recuperándose de un cáncer, pero aun así, me pareció excesivo. En Europa difícilmente se daría algo así. En primer lugar porque aquí, primero criticamos al político y solo cuando se ha jubilado decimos lo bueno que era. Después porque no tenemos un carácter tan extremo para la adoración colectiva.

Es Argentina sin duda un pueblo de grandes ídolos. Hay en el ADN de este país una tendencia natural hacia la exaltación de sus héroes particulares. Posiblemente sea debido a su herencia mediterránea, parte italiana y parte española, pero cuando en Argentina se alza un héroe popular, este es capaz de crear un autentico fenómeno social digno de estudio. Es en definitiva una faceta de su fisonomía, una facilidad para el populismo en masa, para la creación de iconos nacionales y para su veneración prácticamente sacramental. Hablamos de la tierra de Carlos Gardel, Evita Perón, Maradona y las madres de la Plaza de Mayo. En este sentido, lo que ha significado Maradona hacia el fútbol, no creo que se haya producido nunca. Como he dicho antes, no es algo tan simple como la admiración a un futbolista si no que alcanza niveles sociales y casi religiosos. Seguro que su imagen ha sido tantas veces tatuada sobre alguien como la de un líder político revolucionario como el Che, aunque eso si, no tantas como la de Jesucristo. Hay películas, canciones, cuadros e incluso una propia religión alrededor de Maradona.

Posiblemente esto sea debido a que Maradona ha sido un personaje único. Poseía un talento y una habilidad nunca vistos hasta ese momento, además de una capacidad especial para realizar proezas. Era capaz de regates imposibles, pases impensables y goles que lo convirtieron en el mejor jugador de su época. Todo eso dentro del terreno de juego. Fuera fue igualmente un futbolista irrepetible. De origen muy humilde, algo que hizo que conectara pronto con el publico, poseía un carácter excesivo, con tendencia a la egolatría y a la autodestrucción, pero también una determinación ganadora que exhibía sobre el campo. Todo esto le daba mucho de literario a su figura, convirtiéndolo en uno de los grandes iconos de las últimas décadas. Yo soy de esa mitad que opina que hasta ahora ha sido el mejor jugador de fútbol de la historia. Hay otra mitad que no, pero no me negarán que posiblemente halla sido el mejor personaje de la historia del fútbol.

Como es normal toda su dimensión se ve tremendamente exageradas en su propia tierra. Tanto es así que considero que el combinado nacional aún se encuentra sobre el influjo de la figura del Pelusa, que llego a ser tal que hasta fue su seleccionador. Lleva la albiceleste muchos años sin festejar alegrías, y eso que han ido como una de las favoritas en todos los torneos, armando equipos competitivos y con buenos futbolistas. Pero aun así, poco, muy poco. Atascada en cuartos como lo estaba antes España. Siempre he pensado que se debe a la sombra de Maradona. Argentina ha tenido grandes futbolistas desde que dejara la selección, pero tal vez haya faltado uno de esos jugadores que dominan el panorama futbolístico. No han tenido una gran figura mundial que les condujera a la gloria. Hasta la llegada de Messi, no habían ganado ningún Balón de Oro. Hay que recordar que hasta 1995 solo podían ganarlo jugadores europeos, pero aun así,  en ese tiempo Brasil ya tenía 4. Por no haber, no había ni un solo jugador argentino que hubiera quedado dentro del podium. Lo que me llama la atención es que durante ese tiempo, Argentina ha sido un país exportador de futbolistas destinados a dominar el fútbol. He visto como en otras categorías ganaban medallas olímpicas y Mundiales sub20 equipos liderados por chavales de 20 años que se iban a comer el mundo y que no se lo comieron. Como Riquelme, como Verón, como Aimar, como Saviola, como Tevez. Hay muchos más.

El problema es que a nada que despunten, se les compara con Maradona. Este es uno de los problemas del fútbol Argentino. Esa nunca fue una comparación justa. Peor aun es que se les exigía lo mismo. No se le puede pedir a un futbolista que esta empezando su carrera lo mismo que a uno de los mejores futbolistas que ha dado nunca el planeta, por no decir el mejor. Por muy buenas maneras que apunte. Ni uno solo resistió la comparación y por ello, nunca llegaron a ser lo que prometían. En Brasil celebran cada aparición de un nuevo Pelé, aunque posiblemente sepan que no habrá nunca otro como él y que ese título recaerá años después en otro jugador. En su país vecino, cada vez que alguien tiene la mala suerte de ser llamado el nuevo Maradona, se la aplica un tercer grado y se le recriminan los logros no alcanzados.

Esta cuestión ha tomado actualmente un interesante matiz. Apareció Messi y con él Argentina ya tiene a ese jugador que domina el fútbol mundial hasta el punto de ser capaz de ganar tres Balones de Oro seguidos. Su catálogo de jugadas increíbles no tiene fin, y ha sido capaz de ganar todo lo ganable con su equipo de toda la vida, el Barça. Hablamos de uno de esos jugadores que marcan una época, tanto que podríamos decir que por primera vez la comparación con el Pelusa es justa. Desde Maradona no veía a nadie con su misma capacidad para convertir en rutinario lo extraordinario, para ser capaz de dominar el balón a su antojo con la misma sencillez con la que uno va caminando. He dicho antes que considero a Maradona el mejor jugador de la historia del fútbol hasta ahora. El “hasta ahora” lo he escrito pensando en Messi. Habrá muchos que opinen lo contrario, pero para mi, Messi ya es mejor que el Pelusa. Lo iguala en talento y clase dentro de un terreno de juego. Además lo supera en determinación y en todo lo referido a aspectos mentales. No es algo muy meritorio, estar más centrado que el gran Diego es muy fácil, lo realmente excepcional es ser capaz de igualarlo con un balón en los pies

Aun así, Messi todavía no ha terminado de cuajar en el corazón de los Argentinos. Los motivos muchos y variados. Puede que sea que al no haberse formado allí futbolísticamente no lo reconozcan como tal (recuerdo que cuando bromeando le comenté a mi primo que me iba a Rosario a ver la casa donde nació Messi, me dijo, “esa no está en Argentina, está en Barcelona y se llama La Massia”). Pudiera ser. Puede que se deba a que siendo el mejor jugador del mundo actualmente aún no haya ganado nada con la selección. Es este un motivo de mucho más peso y uno de los verdaderos orígenes de que el menudo jugador todavía no haya calado en el sentir Argentino. Tengo la confinza de que tarde o temprano llegarán. El fútbol suele recompensar a quienes hacen tanto por él. Entonces todas las críticas actuales se convertirán en halagos.

Aun así Leo nunca alcanzara el estatus de Maradona, ni conseguirá mover a las masas de la misma forma que él. Sencillamente porque fuera del rectángulo de juego, Messi empequeñece frente a Maradona. Es un personaje plano, carente de los claroscuros de su antecesor y con mucho menos gancho. No tiene un origen humilde que contar, y como he dicho, está más centrado por lo que adolece de ese carácter desmedido que poseen los grandes artistas. Nunca será el jugador del pueblo. Messi solo se limita a jugar bien al fútbol, la tarea de responder al sentir populista de una nación no va con él. Será un dios para el fútbol pero nunca podrá ser un héroe para un país entero. Tan grande es la sobra de Maradona





                                                                                                       ROBERTO